Ayer tuve la oportunidad de ver a Bob Dylan en Logroño, que le ha tenido rodando por nuestro país en diversas ciudades, hasta que el viernes y sábado ponga el punto y final a su gira española en Barcelona. La verdad, es que iba con las expectativas bastante bajas, a tenor de lo leído por reportajes en diversos periódicos. Pero la verdad es que me sorprendió, eso sí, pero con reservas. Que ya sabemos todos como es el bueno de Dylan en los recitales y con la audiencia, lo que confirmó en no pocas ocasiones a lo largo de su repertorio.
Con puntualidad británica, pocos minutos después de las nueve y media, el bardo de Minnesota dio comienzo al evento, en el que, durante casi dos horas, hizo un repaso por su último trabajo, acompañado de una gran banda que, durante la mayor parte del concierto, rodeando al artista, quién estuvo parapetado detrás de un piano, sentado la mayor parte del tiempo, salvo en alguna que otra ocasión en la que se levantaba. Salvo en el último tema, Every grain of sand, en el que usó su ya famosa armónica, una de sus señas características de identidad, momento en el que toda la audiencia, cerca de tres mil personas, rompió en aplausos.
El blues fue el tono predominante de la mayor parte del recital. Durante la mayor parte del tiempo Dylan no cantaba, parecía que recitaba con ese tono monocorde tan característico del cantante. Pero, a medida que se iban sucediendo las canciones, tanto el bardo como su banda se fueron animando, y el concierto fue subiendo.
El escenario era bastante discreto, apenas una cortina roja, los focos y los instrumentos de la banda y del propio Dylan. No había pantallas a los lados del escenario ni nada por el estilo. Por lo que si querías verle, tenías que estar pendiente en todo momento de lo que tenía lugar en escena. Por la ambientación, parecía un teatro. Apenas se oía una mosca.
Para añadir más romanticismo al concierto, cayó una tremenda tormenta. Con los truenos y relámpagos iluminando el escenario a modo de flashes. Si Dylan se hubiera salido de su rol, y hubiese interpretado A hard rain is gonna fall, la audiencia se hubiera venido arriba. Lástima de oportunidad perdida que tuviste ahí Bob.
Dylan comenzó el evento con Watching the river flow, a la cual siguieron Most likely You go your way and I'll go mine; I contain multitudes; False prophet o When I paint my masterpiece. A lo largo de las cuales, el blues fue dejando paso al soul. Dylan iba mezclando estilos, de forma bastante notable todo hay que decirlo, y cuando parecía que uno se había acostumbrado a un tono, con un volantazo cambiaba todo de nuevo.
Después Dylan prosiguió con Black rider; My own version of you; I`ll be your baby tonight; Crossing the rubicon, uno de los temas que más me gustaron; Key west; Gotta serve somebody, el que más ritmo tuvo con diferencia en todo el evento; junto con la tipo country I`ve made up my mind to give myself to you; Tweedle dee, tweedle dum; y el penúltimo tema fue Goodbye Jimmy Reed. Es decir, pocas concesiones de cara a la galería, y una lista que apenas ha variado de un concierto a otro celebrado en nuestro país.
Una vez acabado el concierto, la audiencia esperaba un bis. Nada, ni por asomo. Con el último tema Dylan dio por concluido el evento. Parecía pensar: hala majos, hasta aquí he llegado. Me lo he llevado calentito nianoniano, y no habrá más.
Algo que caracteriza a Dylan es su carácter huraño, algo que se confirmó en el concierto. Al empezar no saludó al respetable, salió, se sentó al piano y hala, a tocar. Salvo en un par de ocasiones en las que agradeció a la audiencia por sus aplausos, en ningún momento interactuó con el público o agradeciendo a la audiencia por estar en el concierto, ya sabéis, los tópicos que se suelen decir cuando los artistas se dirigen a la audiencia.
No digo que haga como Springsteen o los Rolling, que hablan al público, bromean con ellos, etcétera. Dylan es así, o lo tomas o lo dejas. Y al cantante parece no importarle lo que la gente piense de él. A sus más de 80 años está de vuelta de todo. Pero no cuesta nada ser amable con la gente que ha desembolsado dinero por verte. Si cuando llegas al recinto y hay gente esperándote, pese a que estés rodeado de tu seguridad, no cuesta nada pararte y saludar con la mano.
Pero las rarezas de Dylan no acaban aquí. El concierto fue libre de móviles, algo bastante bien pensado, todo hay que decirlo De esta forma, los asistentes al mismo, pudimos disfrutar de un show sin gente usando el móvil sin parar para grabar canciones, tomar fotos, etcétera. Ojo, que yo he ido a conciertos y he podido inmortalizar el momento con alguna foto o vídeo. No estoy en contra que la gente lo use en un momento determinado, no pasarte todo el show usándolo y perdiéndote la experiencia. En este caso, nada que reprochar al bueno de Dylan.
Pero, si salías en un momento del evento al servicio o al bar a coger algún refresco, los miembros de seguridad no te dejaban pasar hasta que no se acababa la canción que estaba interpretando cuando habías salido. Tenías que esperar a su conclusión, para volver a acceder a tu asiento. No me pasó a mi solo, sino también a más gente que asistíamos incrédulos a esta rareza de Dylan, quien en Madrid, también prohibió que la gente entrase con paraguas. Al menos nos permitió verle, y no le dio por ponernos antifaces para dormir.
Si por algo es conocido Dylan, es por no interpretar sus temas más conocidos. Ni Like a Rolling Stone, Hurricane, Blowin in the wind o Knocking on heaven´s door por citar algunos. Algo que no entiendo, si con ellos te diste a conocer ¿Qué tiene de malo tocarlos de nuevo? Para ello, no haberlos compuesto. Pero si los toca, lo hace cambiando versos, es decir, se reinterpreta a sí mismo.
Pese a ello, ha sido una buena experiencia. No solo por ver en directo al único rockero con premio Nobel de literatura, sino también por ver a un cantante que, nos guste o no, forma parte de la historia de la música, ya sea folk o rock. Si volviese en un futuro, algo que ignoro ya que parece su gira de despedida, no me importaría repetir.