El verano está tocando a su fin. Época en la que la gente decide ir a la playa o a la montaña, ir al pueblo de la familia o quedarse en la ciudad y poder disfrutar de las actividades que hay en la misma. Pero luego, también están los casos de personas que deciden aprovechar el estío y dedicar su tiempo libre para que disfruten los demás. Son los ejemplos de los animadores socioculturales y de los monitores de campamento, estos últimos son los protagonistas de la última obra de un autor que ya ha aparecido por aquí en otras ocasiones y que con motivo de la publicación de su última novela, paso a comentar mi opinión sobre la misma. Antes de continuar, agradecer a Alberto el detalle de hacerme llegar un ejemplar de cortesía para poder hacer la reseña de hoy.
Escrita por Alberto González, la trama nos cuenta como tras la desaparición de Amanda el año anterior en un campamento, Jonás el nuevo coordinador del campamento decide realizar una salida nocturna con sus monitores antes que realizarla con los niños para no dejar nada al azar. Estos son Allan, lector empedernido; Hugo, un chico pesimista; Medea, bisexual de familia acomodada; Leyre,una rockera tatuada; Helena, monitora en prácticas y por último Víctor que al final no puede acudir. La salida pronto comenzará a ser un desastre y sufrirán no pocos percances.
Si por algo se ha caracterizado hasta ahora la obra de Alberto, son los cambios de género entre sus trabajos hasta ahora publicados. Algo que se puede apreciar en El amargo despertar, un drama postapocalíptico, No serás nadie, ciencia ficción distópica, y ahora con Brea. El autor no quiere ser encasillado en un tipo de literatura en concreto, le gusta experimentar, ofrecernos su punto de vista y jugar con la misma. En definitiva, ofrecer algo diferente a los lectores.
Cada uno de los protagonistas cuenta con su propio capítulo, en el que nos narran en primera persona como han llegado hasta ahí, para luego pasar a la tercera persona en el que el autor nos narra sus peripecias. Los personajes al ser adolescentes se encuentran perdidos, tanto en la vida como en la excursión que han salido a hacer para luego saber donde dirigirse con los menores que tendrán a su cargo. De esta forma se puede entender que el viaje que realizan es metafórico, y supone un viaje a la madurez. Una vez que la experiencia de la salida por la montaña toca a su fin, ninguno de ellos será igual como cuando comenzó.
Alberto nos ofrece un drama con toques de aventura y de terror, en donde nada es lo que parece. En las montañas leonesas, lugar donde tiene lugar la acción el autor juega con los miedos e inseguridades de los protagonistas. Parece como si estos cobraran vida, cambiándolo todo lo que conlleva que las fricciones en el grupo no tarden en aparecer rompiendo la armonía que existía en un principio entre los monitores.
La novela nos cuenta el punto de vista de cada uno de los monitores, por lo que cada uno de ellos ofrece a los lectores su opinión sobre lo que están viviendo. Ninguno es igual al anterior, son relatos que se complementan y que una vez juntos nos ofrecen el total de una aventura, cuyas piezas encajan
al final del todo.
Una de los puntos fuertes de este autor son los personajes que forman parte de sus obras. Algo que aquí vuelve a confirmarse, Alberto hace especial hincapié en esto. Es un escritor más de personas que de situaciones.
Una novela que supone un homenaje a la figura del padre del autor y al pueblo donde pasó su infancia, lugar donde transcurre el libro.
La conclusión del libro, que por supuesto no voy a desvelar, seguro que puede traer no pocas polémicas. A unos les podrá sorprender, a otros enfadar y parecerles una tomadura de pelo, otros lo podrán adivinar desde que comienza su lectura, etcétera. Lo que sin duda es que una vez que se ha acabado su lectura no dejará indiferentes a los lectores.
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